Mención aparte merecería la representación o plasmación de banquetes y festines, pero el carácter religioso de la pintura de esta época nos conduce a vislumbrar algunas costumbres a través de cuadros de iconografía religiosa. En este sentido podemos destacar dos obras de Murillo: "Las bodas de Caná" y "Los placeres del hijo pródigo".
En "Las
bodas de Caná" (óleo sobre lienzo,1650. Barber
Institute of Fine Arts, Birmingham), ante un fondo urbano
insinuado y desdibujado por la cantidad de personajes que asisten
a la conversión del agua en vino, se advierte el lujo de la mesa
con suculentos postres del siglo, lo mismo que los novios y los
personajes invitados a la boda cuya lujosa indumentaria contrasta
con la sobria túnica de Cristo. El ambiente de festín que nos
muestra resulta profano para el tema pero nos refleja sin duda el
de los banquetes de la clase alta de la
época.
En el
cuadro "El hijo pródigo hace vida disoluta" o
"Los placeres del hijo pródigo" (óleo sobre
lienzo. Blessington, Beit) se nos muestra en un lujoso pórtico
una escena de crónica mundana: el hijo pródigo sentado a la
mesa bien provista de variados manjares y bebidas, acompañado de
dos cortesanas, dos
servidores y un músico, a lo que hemos de añadir el detalle del
perro que recoge, bajo la mesa, las migajas.
El color, el ambiente, el lujo, la música todo nos habla de los placeres vividos por los ricos del reino.